Bibliotecas en los márgenes 01

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Bibliotecas en los márgenes

01. Un lugar de enunciación


Porque es una negación sistemática de la otra persona y una furiosa determinación de negarle todos los atributos de humanidad, el colonialismo obliga a la gente a la que domina a plantearse constantemente la pregunta: "En realidad, ¿quién soy yo?"

Frantz Fanon. En Wretched of the Earth, 1968.

Dicen los manuales que toda investigación comienza con un detonante, una chispa que enciende la mecha del interés.

Mi chispa llegó en un momento algo difuso del pasado, cuando me pregunté quién era yo y en dónde estaba parado.

Eso ocurrió el día que me harté de ser "el pobre", "el marginal", "el sudaca", "el de abajo", el miembro del club de la "mucha gente pequeña", "el subalterno", "el distinto", "el Otro", y otra miríada de etiquetas que he recibido a lo largo de mis años. Y de todas las que no he recibido porque no cumplo los requisitos para que me las adhieran en el lomo, pero que están flotando a mi alrededor.

Me harté, además, de que me llamen "rebelde", "zurdo", "revolucionario", "malparado" o "trasnochado" cada vez que me he quejado contra algunas de esas palabrejas. O contra todas. Y me harté de la maldita falacia argumental, tan tramposa y dañina, que establece que si me quejo, si resisto y si critico —entre otras simpáticas actividades que llevo adelante desde que tengo conciencia, en especial conciencia de clase— es porque soy un resentido que no pudo tener los privilegios que tienen "los de arriba", sean quienes sean los que se ubiquen en tan curiosa posición.

Si me quejo, resisto y critico es porque el Sistema —ignoto conjunto de individuos de los que se dice que sostienen el mango de cierta sartén o juguetean con los hilos de unos cuantos millones de marionetas— está mandando a la mierda el mundo en el cual intento vivir. Y, al mismo tiempo, me ha mantenido, desde que tengo memoria, relegado "al margen".

***

En ese margen fue donde aprendí quién soy.

Lo aprendí a través de la educación (o la falta de ella), de la explotación, de la manipulación, de la discriminación, de la xenofobia y la aporofobia, del desprecio a lo distinto, y de todos esos pequeños gestos y muecas cotidianas que permiten que uno se dé perfecta cuenta de dónde está parado.

Con la experiencia y los años fui descubriendo que "el margen" es un espacio muy amplio, que se extiende mucho, muchísimo más allá de este rincón en donde sobrevivo. Los límites de ese espacio son tan lejanos, tan profundos, que las personas que viven cerca de ellos pueden parecer invisibles, inaudibles, inencontrables…

Parecerán —o serán— eso para aquellos que no estén en el margen, para los que miren desde fuera (o hacia afuera). Yo sé dónde están, y quiénes son, y cuáles son sus luchas y sus voces, a pesar de que me quieran convencer de que mi margen no es "tan" margen como el de más allá, y me hablen de líneas abisales y de límites someros.

***

"El margen" es la respuesta que aparece cuándo me pregunto dónde estoy, cuando me planteo desde dónde me miro a mí mismo, y desde dónde veo a lo(s) demás.

Me encuentro a mí mismo en el margen. Que no es lo mismo que encontrarse "marginalizado", ni ser un "marginal". Ya no quiero las etiquetas que otros me ponen, ni voy a "apropiarme" de ninguna de ellas, estrategia que utilizan para que aceptemos por las buenas lo que nos han endilgado por las malas — sobre todo cuando ellos ni llevan ni se apropian de ninguna.

Si estoy en el margen, es porque existe un "centro". O un "arriba" para los que estamos "abajo". Y me da la sensación de que esa imagen mental (o conceptual) perpetúa y reproduce las diferencias y las jerarquías, y nos mantiene mentalmente lejos, fuera, y en el fondo de un pozo sin fondo.

Ese "centro", ese "arriba", no piensa en nosotros sino para "civilizarnos" o, aggiornando el concepto, para "desarrollarnos". Y para convertirnos en consumidores, no solo de sus productos, sino también de sus ideas y valores. Con el paso del tiempo nos han ido machacando tanto que hoy tenemos una imperiosa necesidad de imitación de lo que se hace allá en el "centro" o allá "arriba", y una necesidad de aprobación igualmente abrumadora. ¿Somos dignos, somos lo suficientemente "desarrollados", lo estamos haciendo bien? ¿O seguimos siendo las bestias piojosas y muertas de hambre, ignorantes y buenas-para-nada que siempre nos dijeron que éramos?

La asimetría de esa "relación" (si es que se puede utilizar semejante sustantivo, cosa que honestamente dudo), la dependencia, el colonialismo nada disimulado (pero eternamente negado, e incluso ridiculizado), la opresión, la discriminación, y toda la demás violencia sistémica, tanto epistémica como de otros tipos, es más que evidente. Y no, no es necesario que venga ningún sociólogo, antropólogo, analista o investigador a decírnoslo. Llevamos viviéndolo desde siempre.

¿Hay forma de equilibrar la ecuación, de balancearla? No lo sé, no creo tener respuesta para una pregunta tan grande, tan vital. Tan vieja. Lo que sí intuyo es que un primer paso, necesario y urgente, es comenzar a identificar, señalar, marcar, contestar, debatir, rechazar y eliminar esos discursos de dependencia, esas palabras empleadas para mantenernos allí dónde nos quieren, esos argumentos y estrategias indecorosas…

El juego está amañado para que seamos los eternos perdedores. Sin embargo, no se trata de una situación maniquea, de blancos y negros. Hay muchos grises, hay espacio para el contragolpe y para la independencia, hay trincheras y refugios. Hay margen.

Márgenes, en realidad.

Y desde aquí, desde estos márgenes, quizás podamos aportar elementos para entender, apreciar y (re)construir nuestros espacios, llámense como se llamen, se ubiquen dónde se ubiquen.

Incluyendo, evidentemente, eso que aún denominamos (y asumo que seguiremos denominando) bibliotecas, archivos y museos.

 

Acerca de la entrada

Texto: Edgardo Civallero.

Fecha de publicación: 23.01.2023.

Foto: "From the margins to the center". En Völkerrechtsblog [enlace].

Sé que pueden quemar libros, arrasar bibliotecas, prohibir lenguas, desterrar creencias, borrar pasados, dibujar presentes, ordenar futuros, torturar y ejecutar personas. Pero también sé que aún no han descubierto como matar el cuerpo intangible y luminoso de una idea, de un sueño o de una esperanza (E. Civallero. Cabecera del blog Bitácora de un bibliotecario entre 2004 y 2014).

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