Unos libros, una maleta, y muchos viajes en barco

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Unos libros, una maleta, y muchos viajes en barco

Crónica de un proyecto bibliotecario en las islas Galápagos (2 de 12)

 

[Descargo de responsabilidad: Este texto ha sido elaborado como una narración de la experiencia personal y profesional del autor durante su estancia en las Islas Galápagos, trabajando incidentalmente para la Fundación Charles Darwin (FCD). Refleja exclusivamente las opiniones y posiciones del autor. La FCD no se hace responsable de dichas opiniones y posturas, y la información sobre la FCD se proporciona sólo como contexto del relato].

[El texto completo de Unos libros, una maleta, y muchos viajes en barco puede descargarse desde Acta Académica].


— II —


Las Islas Galápagos o Archipiélago de Colón (provincia de Galápagos, Ecuador) son un archipiélago volcánico compuesto por 19 islas, 42 islotes y 26 rocas, ubicado en el Pacífico oriental, a 900 kilómetros de la costa oeste de América del Sur.

Aisladas por el mar durante cientos de miles de años, las islas fueron testigos del desarrollo de una fauna y de una flora muy particulares, que eventualmente transformaron a esos pequeños fragmentos de tierra y roca en un verdadero laboratorio evolutivo, con sus medioambientes poblados por una biodiversidad única.

Una biodiversidad que incluye a las únicas iguanas buceadoras del planeta, cormoranes sin vuelos, nopales del tamaño de árboles, pinzones con picos de diseño, y las icónicas tortugas gigantes: esas que dieron su nombre al lugar.

Mezcla de unas tierras bajas pedregosas y desoladas, y unas tierras altas verdes y usualmente cubiertas de nubes y ocultas entre nieblas, las Galápagos fueron "descubiertas" accidentalmente por navegantes españoles en el siglo XV. Fueron apodadas "las Encantadas" por la dificultad que esos marineros tuvieron para ubicarlas en sus cartas: pensaron que cambiaban de lugar por arte de magia y, por ende, las creyeron hechizadas, víctimas de un encantamiento. Esa dificultad —¿o ineptitud?— hispana para localizarlas las convirtieron en un puerto seguro para piratas y corsarios durante los siglos XVII y XVIII, y para cazadores de focas y balleneros más tarde. Después de que las colonias latinoamericanas ganaran su independencia de las coronas ibéricas a principios del siglo XIX, Ecuador reclamó el archipiélago y lo ocupó con pequeñas poblaciones con una historia propia. Y luego de que el HMS Beagle se detuviera en sus costas en 1835, durante su famosa expedición alrededor del mundo, y de que Charles Darwin recolectara especímenes y realizara allí las observaciones que lo conducirían a desarrollar su teoría evolutiva, se convirtieron en uno de los destinos favoritos de naturalistas y biólogos de Europa y Norte América.

A inicios del siglo pasado, las Galápagos recibieron prisioneros y colonos de las grandes ciudades ecuatorianas, así como expediciones científicas internacionales. Una de ellas tuvo como resultado la publicación de un libro, Galápagos: World's End, que se convirtió en un bestseller e inspiró a un puñado de modernos Robinsones europeos a poblar sus inhóspitos paisajes. La presencia humana puso una presión intensa sobre la vida natural insular: muchas de sus especies nativas, cazadas como alimento o fuentes de aceite de alumbrado, o capturadas para acrecentar las insaciables colecciones de museos y zoológicos occidentales, estuvieron al borde de la extinción. A partir de la década de los 40, un colectivo de renombrados científicos europeos y estadounidenses se enfocó en convencer al gobierno ecuatoriano de que declarara a las Galápagos Parque Nacional. Eso ocurrió en 1959, momento en el que se establecieron estrictas medidas para la conservación del archipiélago. Solo se permitió que cuatro islas (Santa Cruz, San Cristóbal, Isabela y Floreana) fueran habitadas, y solamente en dos sectores, que suman el 3% de la superficie insular: una pequeña porción de tierra a orillas del mar (el puerto) y otra en la zona alta, destinada a usos agrícolas. Allí residen los más de 25.000 habitantes estables del archipiélago.

Más tarde, las Galápagos fueron proclamadas, además, Reserva de la Biosfera de la UNESCO, y el primer Patrimonio de la Humanidad declarado por esa organización.

Días después de la creación del Parque Nacional nació en Bruselas la Fundación Charles Darwin (FCD), apoyada por la UNESCO y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en inglés), con el objetivo de apoyar la protección de las islas y su particular biodiversidad. La FCD estableció su base de trabajo cerca de Puerto Ayora, por entonces un pequeño pueblo con escasos servicios y recursos. Esa base, la Estación Científica Charles Darwin (ECChD), fue inaugurada oficialmente en 1964, con el objetivo de hacer de ella el lugar en el que científicos e investigadores pudieran llevar a cabo su trabajo, intentando entender y describir la naturaleza galapagueña y, al mismo tiempo, identificar las amenazas a su supervivencia.

La ECChD creció hasta transformarse en una institución moderna y bien equipada, donde un colectivo de profesionales altamente cualificados desarrolla sus actividades. Y, al mismo tiempo, se convirtió en el espacio en el cual se preserva la historia de esa labor: las grandes y pequeñas narrativas de los logros académicos, y la memoria social de la conservación de las Galápagos, con todos sus esfuerzos, luchas, conflictos y fracasos a través de las décadas.

Desde un primer momento, en la ECChD hubo un rincón destinado a mantener una colección de libros y revistas. Ese rincón fue creciendo hasta llegar a ser una biblioteca, la cual prestó servicios como tal al menos desde 1971 —el año que figura en el primer inventario conservado— y que fue oficialmente inaugurada en 1979 en su propio edificio. Fue bautizada "G. T. Corley Smith", en honor a un diplomático británico que ocupó altos cargos dentro de la FCD y que jugó un rol muy importante en el establecimiento de ese repositorio de información.

En la actualidad, la biblioteca de la ECChD es la más antigua, la más grande, la única que jamás cerró sus puertas, y la más activa de todo el archipiélago. A principios de 2018 llegué a Puerto Ayora para ocupar el puesto de coordinador de esa unidad. Con todo lo que ello significa.

[Continuará...].

 

Acerca de la entrada

Texto: Edgardo Civallero.

Fecha de publicación: 27.06.2023.

Foto: Flamenco en Puerto Villamil, isla Isabela. Edgardo Civallero.

Sé que pueden quemar libros, arrasar bibliotecas, prohibir lenguas, desterrar creencias, borrar pasados, dibujar presentes, ordenar futuros, torturar y ejecutar personas. Pero también sé que aún no han descubierto como matar el cuerpo intangible y luminoso de una idea, de un sueño o de una esperanza (E. Civallero. Cabecera del blog Bitácora de un bibliotecario entre 2004 y 2014).

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