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Unos libros, una maleta, y muchos viajes en barco
Crónica de un proyecto bibliotecario en las islas Galápagos (3 de 12)
[Descargo de responsabilidad: Este texto ha sido elaborado como una narración de la experiencia personal y profesional del autor durante su estancia en las Islas Galápagos, trabajando incidentalmente para la Fundación Charles Darwin (FCD). Refleja exclusivamente las opiniones y posiciones del autor. La FCD no se hace responsable de dichas opiniones y posturas, y la información sobre la FCD se proporciona sólo como contexto del relato].
[El texto completo de Unos libros, una maleta, y muchos viajes en barco puede descargarse desde Acta Académica].
— III —
No puede decirse que las Galápagos hayan sido un territorio fértil en bibliotecas. De las cuatro islas habitadas, solo dos, Santa Cruz y San Cristóbal, cuentan con algún tipo de servicio bibliotecario en el momento en el que garrapateo estas líneas. En la pequeña Floreana no hay unidades de información de ningún tipo (y no hay registro de que las haya habido alguna vez), y en la enorme Isabela hace doce años que la biblioteca municipal, la única de la isla, cerró sus puertas. Allí, los esfuerzos de un grupo de vecinos de Puerto Villamil para conseguir reabrirla o crear una nueva no tuvieron éxito.
En San Cristóbal hubo una pequeña biblioteca municipal, desaparecida en 2014,y otra, cerrada desde hace varios años, en el Centro de Educación Ambiental (CEA) que la FCD mantiene allí, en Puerto Baquerizo Moreno. La única biblioteca activa es privada y se encuentra dentro de la rama que la Universidad San Francisco de Quito tiene en la isla. Por su parte, en Santa Cruz hay una biblioteca, medianamente significativa por el tamaño de su colección, ubicada en la escuela privada Tomás de Berlanga, en las tierras altas, y una biblioteca privada / municipal en Puerto Ayora —la ciudad más poblada de las Galápagos— que lleva al menos seis años clausurada.
De forma quela biblioteca de la ECChD es, en cierta forma, la más importante del archipiélago. Lo cual, a la vez que representa un honor, conlleva una enorme responsabilidad social y profesional.
Lamentablemente, por su origen y la estructura en la que se encuadra, el perfil de esa biblioteca dista mucho de ser el de una pública o el de una escolar. Su colección es esencialmente científica, y estuvo siempre destinada a responder en primera instancia a las muy específicas necesidades de información de los investigadores que trabajan en la ECChD. Aún así, es la única biblioteca que cuenta con personal permanente, buenos recursos, know-how bibliotecológico, y una historia local como facilitadora de acceso a la información. Enfrentado al panorama de escasez bibliotecaria que acabo de describir, en un mundo en donde la información es poder y, hoy más que nunca, una herramienta estratégica no solo para el desarrollo de una sociedad sino también para la conservación del planeta que habitamos, asumí la tarea de cambiar el perfil de la "G. T. Corley Smith" y, al mismo tiempo, la de apoyar la creación de nuevas bibliotecas en Galápagos y la recuperación de aquellos viejos espacios que, por un motivo u otro, terminaron siendo abandonados.
Mi estrategia inicial fue la de aprovechar las estructuras bibliotecarias ya existentes. Así, a mediados de 2018 comencé a colaborar activamente con actores locales en la reapertura de la biblioteca de Puerto Ayora, llamada "Biblioteca Galápagos para el mundo" y ubicada en un hermoso espacio en pleno centro del pueblo. Y al mismo tiempo lideré la rehabilitación de la colección especializada ubicada en el CEA de Puerto Baquerizo Moreno, una edificación redonda y de techo cónico emplazada en medio de un jardín de especies nativas.
Sin embargo, allí donde no existían estructuras preexistentes, o donde tales estructuras ya no fueran (re)utilizables, me era necesario mostrar o recordar a la población galapagueña —y a sus autoridades— cómo es una biblioteca, cuáles son sus servicios, cuál es su valor y su utilidad. Era preciso colocar pequeñas semillas que, a modo de experiencias-piloto, sirvieran para facilitar el surgimiento de servicios bibliotecarios específicamente destinados a las realidades isleñas, a sus particulares necesidades, a sus recursos siempre escasos... Experiencias que sirviesen para (re)instaurar el interés por las bibliotecas en sociedades sin ellas. Semillas que tuvieran tiempo para ir echando raíces en su comunidad, respetando los ritmos lentos, dilatados y parsimoniosos que caracterizan la vida en las Galápagos.
En semejante contexto, tuve la idea de poner en marcha un proyecto de bibliotecas móviles que, tomando como base la de la ECChD, su colección y sus recursos, intentara proveer información a los usuarios más necesitados de ella. Un servicio que, a la larga, pudiera desembocar en el nacimiento de una red insular estable, compuesta por bibliotecas de diferentes categorías.
Fue así como nació el proyecto que, en mis apuntes, inicialmente llamé "Bibliotecas viajeras".
Ocurre que antes de implementar una idea de este tipo es preciso realizar una serie de observaciones, mantener charlas, conocer la comunidad, pedir sus opiniones, entender sus inquietudes y necesidades, explorar sus posibilidades… Debe elaborarse y llevarse a cabo desde una perspectiva de desarrollo de base. Era por eso que estaba viajando a Isabela. Caer allí con un proyecto ya armado —tal y como me parecía mejor a mí, desde mi posición profesional— y ponerlo a funcionar (¿o debería decir "imponerlo"?) no hubiera sido en absoluto aconsejable. Aunque es lo que la gran mayoría de los bibliotecarios del planeta suele hacer.
[Continuará...].
Acerca de la entrada
Texto: Edgardo Civallero.
Fecha de publicación: 04.07.2023.
Foto: Puesta de sol en Playa Larga, Puerto Villamil, isla Isabela. Edgardo Civallero.