Unos libros, una maleta, y muchos viajes en barco

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Unos libros, una maleta, y muchos viajes en barco

Crónica de un proyecto bibliotecario en las islas Galápagos (6 de 12)

 

[Descargo de responsabilidad: Este texto ha sido elaborado como una narración de la experiencia personal y profesional del autor durante su estancia en las Islas Galápagos, trabajando incidentalmente para la Fundación Charles Darwin (FCD). Refleja exclusivamente las opiniones y posiciones del autor. La FCD no se hace responsable de dichas opiniones y posturas, y la información sobre la FCD se proporciona sólo como contexto del relato].

[El texto completo de Unos libros, una maleta, y muchos viajes en barco puede descargarse desde Acta Académica].


— VI —


En mi camino desde el muelle al hotel, andando bajo un sol inclemente, veo como un grupo de iguanas marinas —unos enormes lagartos negros y crestudos— cruzan la calle principal de Puerto Villamil, una banda de tierra y arena que corre en paralelo a la línea de costa. Como lo llevan haciendo desde que llegaron a la isla hace milenios, se mueven despacio desde sus guaridas entre los manglares hasta el mar. Ida y vuelta. Todos los días. Cuando los humanos levantaron casas y calles en medio de sus rutas ancestrales hacia el océano, ellas no se inmutaron: continuaron recorriendo sus trochas, despacio, firmando la arena y la tierra suelta con sus características huellas, una línea zigzagueante abierta por sus colas escamosas, jalonada por las marcas de sus patas, armadas de fuertes garras curvas.

Los isabeleños colocaron señales en aquellos puntos en donde los caminos de las iguanas intersecan los de los vehículos: unos carteles de madera que alertan a los conductores del paso de los reptiles. Y es así como cualquier mañana se puede ver al camión de la basura o a las "chivas" —viejos y coloridísimos carromatos provistos de bancos de madera, que llevan pasajeros desde Villamil a las tierras altas— deteniéndose para ceder el paso a una tropilla de iguanas grandes, medianas y pequeñas que se dirigen perezosas a la playa. Animales de sangre fría como son, necesitan el calor del sol para que su metabolismo eche a andar. Y muchas algas para el desayuno.

Así, intentando respetar el ritmo de la naturaleza (y fallando muchas veces), se desarrolla la vida diaria en Isabela. Y en el resto de las Galápagos, rincones en los que seres vivos humanos y no humanos tratan de aprender poco a poco, y no sin conflictos, a compartir el mismo espacio.

Una parte esencial de las políticas de conservación vigentes en el archipiélago se centra en lograr que la población local de "recién llegados" respete a la otra población local, la que arribó aquí montada en troncos o arrastrada por vientos y corrientes hace miles de años. Eso, a pesar de que algunos conservacionistas radicales vean a los humanos como meras especies invasoras, o incluso como una peste que debería ser erradicada para conservar la pureza paradisíaca de las Galápagos. Una pureza que, a pesar de lo que anuncien los folletos turísticos, hace mucho que dejó de existir, si es que alguna vez la hubo en un planeta absolutamente interconectado.

Otra tarea para una biblioteca: borrar estereotipos, deshacer relatos románticos o interesados, y construir un discurso más atento a la realidad y a sus consecuencias.

[Continuará...].

 

Acerca de la entrada

Texto: Edgardo Civallero.

Fecha de publicación: 08.08.2023.

Foto: Cartel en Puerto Villamil, isla Isabela. Edgardo Civallero.

Sé que pueden quemar libros, arrasar bibliotecas, prohibir lenguas, desterrar creencias, borrar pasados, dibujar presentes, ordenar futuros, torturar y ejecutar personas. Pero también sé que aún no han descubierto como matar el cuerpo intangible y luminoso de una idea, de un sueño o de una esperanza (E. Civallero. Cabecera del blog Bitácora de un bibliotecario entre 2004 y 2014).

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