Inicio > Blog Bibliotecas y archivos > Unos libros, una maleta, y muchos viajes en barco (11-12)
Unos libros, una maleta, y muchos viajes en barco
Crónica de un proyecto bibliotecario en las islas Galápagos (11-12 de 12)
[Descargo de responsabilidad: Este texto ha sido elaborado como una narración de la experiencia personal y profesional del autor durante su estancia en las Islas Galápagos, trabajando incidentalmente para la Fundación Charles Darwin (FCD). Refleja exclusivamente las opiniones y posiciones del autor. La FCD no se hace responsable de dichas opiniones y posturas, y la información sobre la FCD se proporciona sólo como contexto del relato].
[El texto completo de Unos libros, una maleta, y muchos viajes en barco puede descargarse desde Acta Académica].
— XI —
Corren los últimos días de septiembre de 2019. Parto rumbo a Isabela. Coincidencia: la "fibra" que me toca en suerte es la Cally, la misma embarcación en la que inauguré mis visitas a aquella isla. A mi lado llevo la primera "biblioteca viajera" que va para allá: una enorme maleta de color gris oscuro, con su asa extensible y sus ruedas, cubierta por un protector de plástico transparente en el que figura, adherido, un logotipo con libros y gente y animales galapagueños y el mensaje Bibliotecas viajeras | Travelling Libraries.
El día está gris. El cielo está cubierto por unas extrañas nubes bajas y solo hace un rato ha dejado de lloviznar. Paso por los controles biosanitarios para entrar al muelle, y me pongo a esperar la salida de mi lancha. Debajo de los gruesos postes del embarcadero nada un puñado de tiburones de arrecife de punta blanca, y un cardumen de pequeñas rayas doradas pasa moviendo sus aletas de una forma tan sincronizada que parece que hubieran ensayado aquel movimiento grupal. Cuando alzo la mirada del mar y la poso en el enorme telón grisáceo que me rodea, veo el vuelo de las garzas blancas. Pasan todas las mañanas, hacia las seis, puntualmente. Se despiertan en los manglares de la costa y, en pequeños grupos, se dirigen hacia las tierras altas, para alimentarse allá. Son como trazos de tiza, trayectorias albas que no dejan estela. A las seis de la tarde, puntualmente, harán el recorrido inverso. Así será todos los días de todos los meses de todo el año, recordando a todo el mundo el significado y el valor de los ciclos naturales. Pienso para mí que los humanos no son tan diferentes: basta revisar nuestras bibliotecas. Ocurre que no siempre tenemos la perspectiva suficiente para notarlo.
Finalmente, llaman a los pasajeros de la Cally, y me subo al taxi acuático que nos lleva desde el muelle de Ayora hasta la lancha. Los pasajeros que comparten el bote conmigo me miran, curiosos.
—¿Ahí adentro van libros?— termina preguntándome uno, señalando la maleta que me acompaña.
Asiento mudamente, con una media sonrisa.
—¿Cuántos caben?— quiere saber el de al lado, un muchacho joven.
Respondo que en ese momento viajan unos 40. Pero que todo depende del tamaño de los libros. Y de cómo se organicen.
—Qué chévere que vaya a haber una biblioteca en Isabela— me responde. Los castellano-hablantes presentes asienten y sonríen, algunos hacen comentarios entre ellos. Y yo me siento bien. No he tenido que escuchar que los libros no sirven, que a los jóvenes les vale un cuerno la lectura, que para qué me esfuerzo... Por el contrario, veo miradas de ánimo.
No es mal comienzo. Ya veremos hacia donde nos lleva este camino.
— Epílogo —
Agosto de 2022. Anoto estos párrafos en Isabela, otra vez. Estoy sentado frente a un mar revuelto, cobijándome de la llovizna bajo un mangle rojo que hunde sus raíces elásticas, como si fueran dedos, en una mezcla de arena y barro. A cuatro metros de mí, una enorme iguana marina avanza rápido hacia su guarida, ignorando totalmente mi presencia, y en el barro a mi izquierda, una tropa de cangrejos fantasma no la ignora en absoluto: desde sus guaridas subterráneas me muestran sus pinzas liliputienses de forma amenazante.
Después de todo este tiempo, la naturaleza galapagueña no deja de asombrarme. La gente tampoco. De hecho, creo que es la fauna más interesante de este lugar. La que más tiene para mostrar y para contar.
Todo el territorio, en realidad, tiene mucho para decir, más allá de las ya gastadas evoluciones, biodiversidades y conservaciones. Hay muchas lecciones que aprender, obtener y compartir. En mi camino hacia este punto de la costa isabeleña crucé mis pasos con los de una descomunal tortuga que andaba por los senderos del Parque Nacional. Se tomó más de media hora en superar un pequeño obstáculo. Sin embargo, no parecía apresurada: a sus 100 o 120 años —tal edad le calculé a partir de su tamaño— era consciente de que el tiempo no es más que un accidente.
Aquellos que trabajamos con la memoria de los pueblos y con los saberes del mundo también somos conscientes de ello.
Imitando esos pasos lentos, el universo bibliotecario galapagueño ha comenzado a andar. El camino hasta aquí, hasta este momento en el que escribo, ha sido largo. Y eso que no ha hecho más que comenzar.
Describirlo completamente tomaría mucho más que unas páginas. Baste decir que hoy por hoy, el programa "Bibliotecas viajeras" se encuentra presente en escuelas de las cuatro islas habitadas de las Galápagos. Logró llevar la primera biblioteca a Floreana e implementar el primer servicio bibliotecario en la Unidad de Educación Especial de Santa Cruz. Ha colaborado estrechamente con los docentes para proporcionarles materiales pertinentes de acuerdo a sus necesidades, y está ampliando su alcance con la recopilación de documentos específicamente destinados a la educación ambiental. Asimismo, busca colaborar con otros segmentos de la población local, incluyendo guardaparques y guías naturalistas. Todo eso se ha logrado a través de un intenso diálogo con todas las partes, manteniendo una actitud abierta y, especialmente, una visión amplia del significado del término "biblioteca" en las islas.
En la ECChD, el perfil de la "G. T. Corley Smith" fue cambiando de manera progresiva. Además de haber sumado un archivo y un museo a su área, y de haber abierto una ventana en la red de redes a través del proyecto digital Galapagueana, actualmente ofrece una amplia variedad de servicios, además de los estrictamente científicos: promueve actividades de ocio (incluyendo la lectura de literatura), abre sus puertas a la comunidad, y genera espacios de lecto-escritura para académicos y no-académicos.
La "Biblioteca Galápagos para el mundo" de Puerto Ayora fue recuperada en 2019 y en la actualidad continúa activa. Y se espera que la biblioteca del CEA de la FCD en Puerto Baquerizo Moreno reabra sus puertas pronto.
Finalmente, a inicios de 2022 se inauguró una librería en Puerto Ayora. El gusto por los libros parece resultar contagioso…
Cada vez que salgo de la ECChD en dirección al muelle arrastrando la maleta-biblioteca de turno, ya son muchos los que me saludan y festejan. "¿Para dónde vas esta vez?", quieren saber. "¡¿Ya sale otra?!", comentan algunos, sonriendo. "Imagino que irás de anautín hasta el cuello", bromean los que me conocen. Que un proyecto de este tipo se convierta en parte del paisaje y de la realidad local resulta tan importante como satisfactorio.
Supongo que aún queda demasiado camino por recorrer hasta alcanzar mi meta inicial: crear una red bibliotecaria galapagueña básica. Sin embargo, los primeros pasos ya han sido dados. De aquí en adelante, todo es cuestión de seguir caminando.
Y navegando.
Acerca de la entrada
Texto: Edgardo Civallero.
Fecha de publicación: 12.09.2023.
Foto: Tortuga gigante en el "Muro de las Lágrimas", cerca de Puerto Villamil, isla Isabela. Edgardo Civallero.