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Descolonizar las bibliotecas: Unos apuntes (01)

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Descolonizar las bibliotecas

Unos apuntes (01)

 

[Este texto fue presentado originalmente en la Feria Internacional del Libro de Cusco (Perú) el 18 de noviembre de 2023].

 

Introducción

¿De qué hablamos cuando hablamos de "bibliotecas"? ¿Y de sus contenidos? ¿A qué nos referimos cuando tratamos sobre "documentos"? ¿Cuál es, desde nuestra perspectiva, el "por qué" y el "para qué" de nuestros espacios de conservación de saberes y recuerdos? ¿Qué es lo que hacemos los bibliotecarios, los archivistas, los museólogos?

Durante los años en los que cursé la carrera de Bibliotecología y Documentación en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, en Argentina, creí encontrar las respuestas —si no todas, al menos un puñado de ellas— a esas preguntas. Eran respuestas que llegaban desde las páginas de los manuales más destacados de las disciplinas del conocimiento y la memoria. Y desde artículos, y conferencias, y declaraciones internacionales, y recomendaciones, y líneas-guía — el mundo de las bibliotecas, los archivos y los museos, bien lo sabemos, está poblado de definiciones, de conceptos y de herramientas, y todo está medido, controlado y normalizado.

Sin embargo, hoy sé que todo lo que tenía entonces entre manos no era sino la versión oficial de los hechos: un paquete de respuestas enlatadas que solo tenían en cuenta las realidades de una pequeña mayoría de bibliotecas. Y que, como siempre, dejaba de lado, consciente o inconscientemente, a la enorme minoría.

Tardé algunos años en darme cuenta de todo eso. En entender que existían mayorías pequeñas y minorías grandes, y un discurso hegemónico que hablaba de las primeras e ignoraba a las segundas. En averiguar que lo que contaban los sagrados manuales no era la verdad, o al menos no toda ella, y que, como decía el Subcomandante Marcos cuando escribía en Chiapas, había muchos mundos, pero estaban en este.

Y muchas bibliotecas posibles dentro de eso que, hoy por hoy, y a pesar de todo, nos empeñamos en seguir llamando "biblioteca".

 

Preguntas incómodas

La primera pista de que mis saberes y mi formación no eran tan sólidos como yo creía ni tan monolíticos como parecían la recibí poco después de graduarme, en una comunidad indígena del noreste de Argentina: un lugar desbibliotecado al cual llegué precisamente para que dejara de serlo. Cuando me planté ante los comuneros y les anuncié la buena nueva de la llegada bibliotecaria a sus tierras y a sus vidas, recibí una serie de miradas frías y una sola respuesta. Una respuesta en forma de pregunta.

"¿Y para qué queremos una biblioteca?"

Aquella frase me golpeó. ¿Cómo era posible que alguien no quisiera una biblioteca?

Tuve la suerte de no quedarme como rehén de mis propias ideas: me di permiso para explorar las de aquellos que habían decidido permanecer orgullosamente desbibliotecados. ¿En qué posición se encontraba esa comunidad? Poco a poco logré entender que la biblioteca —o, al menos, la versión de "biblioteca" más extendida y común; es decir, la que yo conocía, defendía y llevaba conmigo— no solo no respondía a ninguna de las necesidades de aquella comunidad ni solucionaba ninguno de sus problemas, sino que además les creaba inconvenientes adicionales. Era un elemento extraño, un intruso invasivo, un implante externo que jamás iba a arraigar en aquel territorio, entre aquella gente que insistía en preguntarme para qué rayos querrían lo que yo iba a ofrecerles.

Mis reflexiones me desnudaron y me pusieron delante de un espejo cruel. Me enfrenté a mis pobres creencias y constructos; a mis miserias intelectuales, sujetas a duras penas con alfileres académicos; a mis estereotipos y prejuicios; a mis ideas pequeñas y limitadas sobre el universo en general y sobre mi mundo en particular... Y fue entonces cuando comencé a sospechar que probablemente existieran muchas formas potenciales de biblioteca: tantas como grupos humanos, como horizontes, como historias y memorias...

Al mismo tiempo empecé a intuir que los manuales que utilicé para aprender mi profesión mostraban solo una parte de la realidad, y lo hacían a sabiendas de que estaban dejando de lado muchas experiencias, posibilidades y caminos. Y terminé suponiendo que aquella pregunta comunitaria, que había quebrado tantas de mis certezas, no iba a ser la última que tuviera tal efecto.

Y así fue. Poco tiempo después, en un pueblo del noroeste argentino en donde ayudaba a crear un archivo local, un joven quiso saber si en esos estantes llenos de papeles y fotos podían guardarse fragmentos textiles. Recuerdo menear la cabeza en un mudo gesto de negación, y sus ojos sorprendidos, y la pregunta saliendo rápida de sus labios:

"¿Y por qué no?"

No supe qué decir. ¿Porque lo decían lineamientos y políticas diseñadas lejos de allí, al otro lado del mundo? ¿Porque lo mandaban las grandes autoridades de la archivística, que preferían desconocer realidades ajenas a la suya, la dominante, la correcta? ¿Porque la palabra, generalmente escrita, a veces hablada, era la reina dentro de las disciplinas de gestión de saberes y memorias, y los textiles eran "otra cosa"? Ninguna de las respuestas que ensayé me convenció. Me lo quedé mirando, con una olímpica cara de estúpido, y me encogí de hombros, más estúpidamente aún.

Tardé mucho tiempo en encontrar una respuesta adecuada a aquella duda. Para cuando finalmente lo hice, lo único que logré fue quebrar todavía más los para entonces endebles cimientos de aquello que yo creía saber.

El golpe final llegó un par de años después, nuevamente en el noreste de mi tierra natal, cuando explicaba a un grupo de bibliotecarias las diferencias entre una biblioteca, un archivo y un museo. Una mujer ya entrada en años, claramente indígena y orgullosa de serlo, me preguntó por qué se hacían esas barbaridades con la memoria de un pueblo.

"Nuestra memoria, la memoria de mi gente, es una sola" me dijo. "No la partimos para colocar los pedazos en cajitas separadas dependiendo de la forma que tengan".

Su comentario tenía todo el sentido del mundo: en mi vida profesional me había dedicado precisamente a fragmentar patrimonios y a colocar esos trozos en espacios diferentes, y a aplicarles etiquetas, normativas y políticas de organización y clasificación. Todo ello para, acto seguido, invertir una cantidad similar de tiempo y esfuerzo en volver a pegar esos pedazos para que tuvieran sentido ― lo cual, todo hay que decirlo, muy pocas veces era factible, o tenía un resultado exitoso. ¿Por qué hacíamos eso?

Con el paso del tiempo terminé sumando todas mis dudas ― esas que acumulé en mis muchos años andando entre bibliotecas, archivos y museos, grandes y pequeños, en todos los rincones de América Latina. ¿Por qué no había libros en lenguas indígenas en bibliotecas que operaban en comunidades en donde se hablaban sobre todo lenguas indígenas? ¿Por qué la oralidad no se reconoce como una fuente de información válida si, a día de hoy, la palabra hablada sigue siendo el principal medio de transmisión de saberes? ¿Por qué el cartel de una obra de teatro es considerado un documento pero una calabaza grabada o una tela pintada no? ¿Por qué seguimos haciendo tanto hincapié en la lectura y en los libros cuando hay muchos otros medios para adquirir y traspasar conocimientos y destrezas? ¿Por qué unos libros colocados en unos estantes son una biblioteca pero los mismos libros en un canasto, una caja o una mochila dejan de serlo? ¿Por qué unas hojas cosidas entre dos tapas de cartón pintadas no son respetables como fuente de información, pero las mismas hojas, grapadas bajo un sello editorial, sí lo son?

De la suma de esas preguntas surgieron muchas otras. Muchas más. Especialmente sobre mi profesión. ¿Por qué, como bibliotecarios, o archivistas, o museólogos, creemos lo que creemos y hacemos lo que hacemos? ¿Dudamos alguna vez, o simplemente actuamos como autómatas, sin hacer preguntas? ¿Nos han dado la oportunidad de pensar críticamente? ¿Nos la hemos dado nosotros? ¿O somos simples máquinas de aplicar herramientas, neutrales y asépticas? ¿Nos damos cuenta de que lo que hacemos día a día es algo político, un proceso social que implica mucha responsabilidad y un compromiso?

Desde entonces recorro el mundo con más dudas que certezas, y con mi morral lleno de cuestionamientos que pocas veces reciben contestación. He sumado a mi vocabulario algunos términos nuevos que me han ayudado a entender un poco mejor —pero solo un poco— en donde estoy parado como profesional de las disciplinas del conocimiento y la memoria. Me he quitado algunos preconceptos de encima, aunque hay otros que llevo prendidos como abrojos, o adheridos como tatuajes a la piel. Entendí un poco del qué hacemos, del con quién, del cómo, del cuándo, del dónde...

Pero sigo sin tener claridad acerca del por qué. O del para qué.

Y es cuando me acerco a estas últimas preguntas cuando comienzan a aparecer ciertas ideas: resistencia, trinchera, rebeldía, brechas, luchas, activismos, militancias...

Y, sobre todo, descolonización.

[Continuará...]

 

Acerca de la entrada

Texto: Edgardo Civallero.

Fecha de publicación: 28.11.2023.

Foto: "How I learned to stop worrying and empty my shelves". En Literary Hub [Enlace].