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Descolonizar las bibliotecas: Unos apuntes (02)

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Descolonizar las bibliotecas

Unos apuntes (y 02)

 

[Este texto fue presentado originalmente en la Feria Internacional del Libro de Cusco (Perú) el 18 de noviembre de 2023].

 

Espacios colonizados

Todos los espacios de gestión del conocimiento y la memoria son lugares muy poderosos. No en vano se ha repetido hasta la saciedad que "la información es poder". Y es por esa razón que tales espacios han sido, desde siempre, territorios en disputa.

Así han surgido conceptos como "memoricidio" y "epistemicidio" ― procesos dirigidos a aniquilar los saberes y los recuerdos del adversario, sea quien sea. La historia humana está plagada de esos eventos destructivos, que pueden incluir documentos y sus edificios contenedores, pero también personas y sus sitios de reunión e intercambio de ideas. Sea como sea, el resultado final es que el conocimiento y la memoria desaparecen. Y con ellos, la identidad y la historia.

Bibliotecas, archivos y museos son espacios que definen lo que se sabe y lo que se recuerda, lo que se dice y lo que se piensa, lo que es correcto y está permitido y lo que no lo es ni lo está. De ahí su importancia. Con honrosas excepciones, suelen responder a los intereses, agendas, discursos y necesidades de los poderes de turno: aquellos con recursos para mantenerlos activos y protegidos y, a la vez, para controlarlos y utilizarlos a su favor o en su beneficio. Gobiernos nacionales, sistemas regionales, autoridades locales, organizaciones e instituciones privadas: todas ellas manejan sus repositorios de información de acuerdo con sus intereses y sus líneas de acción, que suelen representar más sus propias búsquedas que las necesidades de la comunidad a la que sirven. De esta forma, las políticas de adquisición o el desarrollo de colecciones, por ejemplo, suelen estar fuertemente influenciadas por los objetivos e ideologías de las organizaciones que gestionan esos espacios.

Teniendo en cuenta tales influencias, puede afirmarse que las bibliotecas, los archivos y los museos pueden —y suelen— ser espacios colonizados. Espacios sujetos a directrices férreas y limitadas sobre qué historias contar, qué elementos mostrar, qué lenguas y culturas reflejar, qué usuarios aceptar, y qué elementos dejar fuera y, por ende, invisibilizar o silenciar.

Si bien no siempre se trata de una decisión consciente o definida, el comportamiento colonizado suele estar presente en muchos espacios de gestión de saberes y recuerdos. Los acervos documentales suelen reflejar el formato dominante (escrito o impreso), la lengua oficial, los sectores sociales en el poder, y las ideas y opiniones de determinados grupos socio-económicos. Se suele dar preponderancia a grandes editoriales, contenidos académicos, figuras y fechas "destacadas" y discursos hegemónicos ― incluyendo "la voz de los vencedores". Todo lo demás, todo el enorme conjunto de datos que queda fuera de estos parámetros, puede llegar a ser incluido como elementos minoritarios o colecciones especiales.

O, simplemente, puede no estar.

Al tratarse de espacios relevantes y generalmente influyentes dentro de una comunidad determinada, esos sitios, colonizados de esa manera, se transforman, por lo general sin siquiera buscarlo, en lugares de colonización. En instituciones y fuerzas colonizadoras. Sus servicios y actividades filtran e instauran un discurso y una ideología determinada, orientan los intereses y las decisiones en una cierta dirección, y marcan el terreno de juego ― el central (lo que interesa) y el marginal (lo que queda fuera).

A la postre, sus contenidos y servicios imponen una concepción de "cultura" que en ocasiones no es integral ni representa los intereses, las búsquedas o la realidad de aquellos a quienes pretenden servir. De hecho, desde inicios del siglo XX hasta tiempos relativamente recientes, las bibliotecas, archivos y museos sirvieron, en buena parte de América Latina, como lugares de "alta cultura". Llegó incluso a usarse el término "civilización", en contraposición con la "barbarie" que representaban los acervos populares. Un ejemplo claro de este tipo de accionar se dio en Argentina bajo la presidencia de Domingo F. Sarmiento, creador de las escuelas públicas y las bibliotecas populares de aquel país. Los saberes tradicionales fueron descartados, ninguneados o minimizados, y se dio preponderancia a lo que se mostraba en la biblioteca: literatura, música, artes plásticas y otros elementos "universales".

Es decir, principalmente europeos.

Incluso a finales del siglo XX, buena parte de las bibliotecas que operaban en territorios rurales latinoamericanos no incluían, en sus colecciones, contenidos que tuvieran siquiera una mínima relación con las comunidades que atendían. Se intentaba "llevar la cultura" a esos rincones, que desde hacía siglos tenían voces propias.

Voces que se desconocían. O incluso se menospreciaban.

Se pusieron en marcha, de esa manera, una serie de fuertes procesos de aculturación, que condujeron al abandono de idiomas nativos, costumbres regionales y expresiones artísticas tradicionales. La historia local, generalmente oral, se dio por perdida, y se implementaron programas de lectura que lograron que en la Amazonia se leyeran los cuentos de Perrault y en los Andes se conociera a Pinocho mientras se olvidaban muchas de las antiguas narraciones de siempre.

Sobra decir que la apertura de la biblioteca a la cultura universal ―no la europea: la realmente universal― es una propuesta excelente. Y que la exposición de obras de arte internacionales en los museos, y el resguardo de la memoria institucional en los archivos es algo positivo en todos los aspectos. Pero tales quehaceres deben ir acompañado por un reconocimiento objetivo y sin matices de todo lo demás: las realidades locales, los discursos "alternativos", las posibilidades y necesidades de la comunidad a la que se pretende servir... Si ese acercamiento integral no se logra, el accionar de los espacios de gestión de conocimiento y memoria será parcial. Siempre parcial.

Y, por ende, absolutamente desprovisto de equilibrio.

Los procesos colonizadores y colonizantes llevaron a que, en términos muy genéricos, la biblioteca fuera entendida como un espacio silencioso, delimitado por muros y habitado por estantes. Estantes en los que dormían, ordenados y limpios, los contenidos bibliotecarios: libros y otros materiales escritos o impresos, producidos todos ellos por autores fiables y publicados por editoras relevantes. Algo similar ocurrió con los archivos y los museos. Todo aquel saber y toda aquella memoria que no entrase en los parámetros de las instituciones gestoras se descartaba, por inservible.

La biblioteca era, así, el "templo del saber". Un templo poblado por sacerdotes y sacerdotisas neutrales, en donde dominaba lo normativo, lo monolíticamente homogéneo, lo hegemónico: la lengua nacional en su versión culta, las opiniones más fuertes y respetables, los autores respetados (nótese el masculino), la historia oficial, las narrativas aceptables...

Se conformó de esta forma un espacio estereotipado que dejaba fuera a aquellos que no aceptaran sus normas, aunque... ¿por qué no iban a aceptarlas? Lo más fino y noble de la producción intelectual humana estaba allí. Es más: lo verdadero estaba allí. Y si no estaba, era porque no merecía un sitio en esos estantes sacrosantos.

El discurso bibliotecario, centrado en semejante visión del mundo, se perpetuó a través de carreras académicas, textos y conferencias, igualmente hegemónicas e igualmente normativas. No hacía falta cuestionar, ni pensar críticamente, ni preguntar por qué o para qué se hacía lo que se hacía. Todo atisbo de independencia, de reflexión y de política se dejó de lado.

Afortunadamente, muchas prácticas bibliotecarias, archivísticas y museológicas cotidianas, especialmente aquellas desarrolladas en los márgenes y periferias, plantearon numerosas dudas acerca del modelo descrito hasta aquí, el vigente, y han terminado demostrando que otra gestión del conocimiento y la memoria es posible. Que hay muchas bibliotecas potenciales dentro de eso que seguimos llamando "biblioteca". Que esos espacios de cultura lo son también de resistencia, rebeldía y lucha. Que los saberes manejados en esos si os pueden ser ―y, de hecho, son― fermento de activismos y militancias sociales, culturales, económicas, políticas, identitarias y ambientales...

Era algo esperable, a fin de cuentas: los custodios de los espacios de gestión, y sus usuarios y visitantes, conscientes del poder que tenían a su alcance, terminaron por apropiarse de ellos, y los re-significaron y adaptaron a sus necesidades, visiones, contextos y características. Los despojaron de muros y cepos, los hicieron respirar, y les dieron motivos y quehaceres.

Y, poco a poco, en un proceso de base y de investigación-acción totalmente basado en la evidencia, comenzaron a descolonizarlos.

 

A descolonizar

Descolonizar los espacios de gestión de saberes y recuerdos no implica renunciar a todos los logros y avances alcanzados por las bibliotecas, archivos y museos hasta la fecha. Significa, sí, poner sus estructuras, ideologías y acciones bajo la lupa, en un proceso abierto y colectivo de pensamiento crítico. Significa someterlos a dos preguntas esenciales: "¿por qué?" y "¿para qué?" Significa cuestionarlos, desafiarlos, desarmarlos y volverlos a armar, eliminando aquellos rasgos que puedan resultar o parecer colonizados y colonizadores.

Uno de los primeros pasos para lograr una verdadera descolonización de todos esos espacios, llámense como se llamen, es convertirlos en lugares colectivos ― verdaderamente colectivos. Al fin y al cabo, manejan un bien que no es de consumo y que pertenece a todos. Deben ser sitios abiertos, plurales e inclusivos, y deben apostar por los derechos humanos, la responsabilidad y la justicia sociales, el equilibrio y el compromiso en beneficio de todos.

Para lograr semejante objetivo, bibliotecas, archivos y museos deben ser apropiados por la comunidad. El colectivo de usuarios reales y potenciales debe convertir esos lugares en suyos ― tanto física como conceptualmente.

Y en todo proceso de apropiación hay uno implícito de subversión. De cambio de significados.

Descolonizar la biblioteca implica, en resumidas cuentas, ponerla en manos de su comunidad para revisar y reformular sus significados, internos y externos, de manera crítica. ¿Los contenidos y servicios representan a la comunidad y a sus características, o responden a lineamientos e intereses externos? ¿La estructura, la forma de trabajo, la organización de tareas y las actividades planteadas dan un verdadero servicio a la comunidad, o simplemente son elementos "enlatados", llegados desde fuera y desconectados de las inquietudes de la comunidad? ¿Está la biblioteca lista para evolucionar y adaptarse a la comunidad, o busca que la comunidad se adapte ―a la fuerza― a sus propuestas?

Se trata de un proceso que implicará plantear preguntas incómodas y enfrentarse a realidades más incómodas aún: a un statu quo, a un sistema hegemónico, que en ocasiones quiere a las bibliotecas, archivos y museos, y a sus colectivos de usuarios y visitantes, exactamente donde ellos desean que estén, y no donde deberían o quisieran estar.

Se trata de una serie de acciones que precisan de un profundo compromiso con el bienestar colectivo. Acciones de largo alcance, con numerosas etapas que representarán un verdadero desafío en términos de pensamiento, análisis y construcción.

Pero es un proceso absolutamente necesario. Al menos, si queremos dejar de ver bibliotecas vacías, libros sin leer, y poblaciones enteras que dan la espalda a sus espacios de gestión de conocimiento y memoria y eligen otros caminos, no siempre los mejores, para acceder a saberes y recuerdos.

Y será un proceso no exento de discusiones, choques y conflictos. Como queda dicho, bibliotecas, archivos y museos son territorios fuertemente disputados y, por ende, espacios de confrontación directa y cruda. Sin embargo, los resultados obtenidos por los muchos lugares de conocimiento y memoria que han entrado en procesos descolonizadores, especialmente los que trabajan en los márgenes, presentan un mensaje esperanzador.

Más allá de roces y discusiones, los caminos abiertos y transitados llevan a horizontes nuevos, interesantes, intrigantes... Horizontes de integración y diversidad, de pluralidad y respeto, de libertad y reconocimiento. Horizontes todos nuestros.

Y en esos horizontes hay muchas respuestas innovadoras para las preguntas que planteé al principio de esta conferencia. ¿De qué hablamos cuando hablamos de "bibliotecas"? ¿Y de sus contenidos? ¿A qué nos referimos cuando tratamos sobre "documentos"? ¿Cuál es, desde nuestra perspectiva, el "por qué" y el "para qué" de nuestros espacios de conservación de saberes y recuerdos? ¿Qué es lo que hacemos los bibliotecarios, los archivistas, los museólogos?

Y probablemente para todas esas preguntas que me hice, y que recibí, a lo largo de mis veinticinco años de carrera caminando senderos latinoamericanos. Esas preguntas para las cuales, aún hoy, todavía no tengo respuestas definitivas.

Aunque, créanme, ya voy consiguiendo algunos esbozos.

 

Acerca de la entrada

Texto: Edgardo Civallero.

Fecha de publicación: 05.12.2023.

Foto: "Viral photo of near-empty library shelves". En Yahoo Life [Enlace].