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Permacultura bibliotecaria (02)

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Permacultura bibliotecaria (02)

Permacultura social y bibliotecas: iniciando el diálogo

 

[Esta entrada es la segunda de una serie en la que pretendo explorar la aplicación de los principios de la permacultura —y, en concreto, los de la permacultura social— en bibliotecas y espacios afines, como centros de documentación, archivos o museos. Cada entrada, parte de un trabajo más amplio que pronto se publicará académicamente, trata de cubrir brevemente tanto ideas teóricas como potenciales aplicaciones prácticas de los principios de la permacultura social, y busca ofrecer información sobre cómo pueden incluirse sólidos elementos de la naturaleza (biomimetismo) en el diseño de sistemas bibliotecarios. El objetivo final es lograr cambios sostenidos y sostenibles en y desde los espacios de gestión de conocimiento y memoria. Todas las entradas pueden verse aquí].

 

Retomando ideas

Como se estableció en la entrada anterior de esta serie, la permacultura social es una extensión de los principios de la permacultura más allá del enfoque tradicional en la agricultura sostenible. Aplica los principios de la permacultura a los sistemas sociales, enfatizando la puesta en marcha de prácticas integrales, sistémicas, sostenibles y regenerativas dentro de las comunidades humanas. De esta forma, los valores básicos de la permacultura (cuidado de la Tierra, cuidado de las personas y reparto equitativo de los recursos), junto a sus doce principios, se adaptan para abordar las diversas dinámicas y actividades sociales. Se promueve así un uso innovador de esquemas que funcionan perfectamente en los sistemas naturales y que, de uno y otra forma, son capaces de informar y alimentar a las muchas estructuras presentes dentro de cualquier sociedad humana.

Incluyendo, por supuesto, a los sistemas de gestión de conocimiento y memoria — lo cual incluye bibliotecas, archivos, museos e instituciones afines.

¿Cómo pueden integrarse los elementos desarrollados desde la permacultura social al mundo de la gestión de saberes y recuerdos, y, en concreto, al de las bibliotecas?

En el centro del diseño de cualquier biblioteca se encuentra (o debería encontrarse) el compromiso de comprender y responder a las necesidades, preferencias y desafíos únicos de la comunidad a la que sirve. La observación y la interacción activa con la comunidad —uno de los principios de la permacultura— se convierten en una de las piedras angulares del proceso: ambas, en un marco totalmente colaborativo, permiten dar forma a los espacios y los servicios bibliotecarios. En semejante proceso de diseño inclusivo, las aportaciones de la comunidad son esenciales, pues garantizan que la biblioteca sea un verdadero reflejo de la gente a la que sirve.

La diversidad y la inclusión —componentes de otro de los principios permaculturales— son un elemento esencial en cualquier sistema natural (de ahí la actual preocupación por la alarmante pérdida de biodiversidad que enfrenta el planeta), y el origen de la fuerza y la resiliencia de buena parte de ellos. Tales elementos deben estar obligatoriamente presentes en los espacios físicos y virtuales, y en las actividades y servicios de una biblioteca — especialmente en sus colecciones. Las políticas de adquisición bibliotecarias, en general colonizadas y subordinadas a los poderes de turno a lo largo de una parte significativa de su historia, deberían dedicarse a seleccionar materiales que trasciendan los límites y las estructuras tradicionales y que representen el rico tejido cultural, lingüístico e informativo de buena parte de las comunidades humanas. El objetivo final debería ser que espacios, colecciones y servicios reflejen de forma clara la diversidad de voces y perspectivas dentro del grupo humano al que se atiende, creando un todo integral que resuene en cada individuo que cruce las puertas de la biblioteca.

Un tercer principio, el de colaboración, debería ser uno de los principales ejes de la misión de la biblioteca, fomentando el intercambio de conocimientos a través de programas, talleres y debates dirigidos por y hacia la comunidad. La biblioteca se transforma así en un espacio dinámico que no solo alberga información y la transmite de forma uni-direccional, sino que facilita el intercambio multi-direccional de ideas, empoderando a los participantes para que contribuyan activamente al corpus compartido de conocimientos.

Garantizar la igualdad de acceso a la información para todos los miembros de la comunidad (una de las muchas aplicaciones del principio de "integrar en lugar de segregar") debería ser una de las consideraciones primordiales de cualquier biblioteca. Los espacios bibliotecarios deberían implementar prácticas que busquen (y logren) que la información sea accesible para todos; eso puede incluir el uso de formatos alternativos, espacios digitales inclusivos, consideraciones étnicas y culturales, o tecnologías de asistencia para personas con discapacidades. El compromiso bibliotecario debería enfocarse en derribar todas las barreras posibles y en proporcionar un entorno en el que todos los miembros de una comunidad tengan la oportunidad de interactuar con su conocimiento y su memoria, almacenados en la biblioteca.

Un espacio, la biblioteca, que se convierte en guardiana del conocimiento, la historia y el patrimonio cultural local —aplicando los principios de utilizar soluciones pequeñas y los márgenes— al colaborar con diferentes individuos y grupos de la comunidad. La documentación y el archivo de sus historias, tradiciones y contribuciones se convierte en una responsabilidad compartida, y permite que la riqueza del patrimonio local se preserve para las generaciones venideras.

La toma de decisiones liderada por la comunidad debería convertirse en una de las piedras angulares de la gobernanza bibliotecaria. La sociedad a la que la biblioteca sirve no debería ser sólo una receptora de servicios programados unilateralmente, sino una participante activa en la planificación y puesta en marcha de las políticas, la programación y las actividades de la biblioteca. Los consejos asesores y los foros comunitarios deberían constituirse en canales a través de los cuales la biblioteca evolucione, siempre en respuesta directa a las necesidades y aspiraciones cambiantes de la comunidad.

Como espacio físico, la biblioteca debería adoptar prácticas regenerativas para alinearse con principios de sostenibilidad que vayan más allá de las gastadas etiquetas "verdes". Desde tecnologías energéticamente eficientes hasta medidas de reducción de residuos y la inclusión de espacios verdes, la biblioteca debería convertirse en un modelo de iniciativa ecológica. Las colaboraciones con organizaciones ambientales locales podrían amplificar aún más el impacto de tales iniciativas.

La resiliencia cultural podría celebrarse, en una biblioteca, a través de una gran variedad de programas. Las clases de aprendizaje de idiomas, los eventos culturales (que incluyan narraciones y tradición oral), y las asociaciones con artistas locales y organizaciones comunitarias (para contribuir con documentos "no tradicionales", como tejidos o grabados) podrían contribuir a la creación de un tapiz que refleje y honre las diversas prácticas culturales dentro de la comunidad.

Adoptando los principios de la permacultura social, las bibliotecas pueden transformarse en centros dinámicos, centrados en la comunidad, que contribuyan activamente a la vitalidad social y cultural de sus comunidades. Este enfoque fomenta una relación más inclusiva, resiliente y sostenible entre las bibliotecas y las personas a las que sirven, cultivando un espacio donde el conocimiento, la memoria y sus usuarios prosperen juntos.

 

[Continuará...]

 

Acerca de la entrada

Texto: Edgardo Civallero.

Fecha de publicación: 13.02.2024.

Foto: "Permacultura", por @vincentillustrator. En Facebook [Enlace].